viernes, 2 de septiembre de 2011

Valentía y color en la obra de David Sancho

Mª. Jesús Martínez Silvente
Doctora en Historia del Arte

Dedicarse a la pintura hoy es, cuanto menos, un gesto de valentía. David Sancho la conoció en su infancia y, desde entonces, no se ha separado de ella.
En este mundo de confusión creadora donde resulta tan complicada la lectura de la obra de arte, tantas son las prácticas y tan variadas las propuestas, a veces nos olvidamos de que hay artistas que confían su talento a medios tan tradicionales y contrastados como la pintura.
Valiente resulta también la fuerza con la que Sancho recurre al color -su característica más sobresaliente- mostrándolo en su pureza y en su mezcolanza, según se lo pida el lienzo. El estudio de las tonalidades se realiza con una meticulosidad extrema y los resultados que se obtienen no dejan lugar a dudas: lo que en teoría pueda parecer discordante, casa en armonía en una composición equilibrada.
El color prima sobre la forma que, en repetidas ocasiones, se afirma mediante la línea, el trazo grueso o las manchas difuminadas; los volúmenes conviven en sus espacios imposibles que, interiores o paisajes, sirven de marco a figuras que, en nuestra vida cotidiana, jamás convivirían. Pero la tradición y la naturaleza también se funden en la obra de este pintor antequerano , que muestra, de una manera muy característica, temas de siempre con una mirada actual. Sancho se sirve de claves tan modernas como la exposición de la presencia, la ausencia, el juego o la obra inacabada -y acabada por el espectador-, a las que da forma con el refuerzo de utensilios tan enraizados como la paleta y el pincel.
Tan barroco como para utilizar el bodegón e inclinarlo hacia el espectador; tan cubista como para mostrar los objetos desde varios puntos de vista; tan fauvista como para esgrimir los colores hasta dejarlos exhaustos, tan metafísico como para expresar la soledad del individuo; abstracto, figurativo, clásico, expresionista… David Sancho sabe conjugar lo mejor de todos ellos y crear una obra tan personal como valiente, cediendo al espectador la última palabra.


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