lunes, 24 de octubre de 2011

CRITICA DE ANTONIO OLVEIRA, PARA LA EXPOSICION CUADERNO DE VIAJES


o                                             David Sancho, (04/1966), aunque se considera admirador de Sorolla, -causa de ello es el uso del color que el valenciano usa en sus composiciones-, su pintura navega más cercana a las corrientes de vanguardia que van, desde el sentido constructivista y racional de un Cezanne hasta Matisse en su arte de vivir y pintar.
o                                              Lo que demuestra que aquellas vanguardias aún no han agotado su discurso, y que, frente a un tipo de arte snob que antepone el concepto, la sorpresa y, -sobre todo-, el epatar al público, todavía existen los pintores “de oficio”, que usan los soportes y materiales tradicionales, persiguiendo esas estelas que hacen aún del arte de la pintura un goce sensual y una traducción desprejuiciada e inclusive, más auténtica del mundo. Su actividad le lleva a organizar construcciones de color y formas que ya caracterizan a este pintor nacido en Antequera y cultivado en la Academia de Bellas Artes de Sevilla. David Sancho comulga con la visión que traduce sensaciones, emociones e ideas al plano, en una sinfonía de colores y figuras que convierten su diálogo interior en mensaje que traspasa al receptor por su cualidad sensorial. Dos temas se repiten, motivos antiquísimos, en su producción: el bodegón y el paisaje. La muestra que vemos en la exhibición es producto de sus experiencias y viajes, donde cobra un lugar especial Marruecos. Estos collages son fruto de la traducción artística de un momento fugaz atrapado en la memoria del artista, que el mismo ilustra con sus palabras:
Muchas veces los títulos de mis obras son meros acompañamientos para crear una línea de comprensión entre éstas y el publico, otras veces cobran una gran importancia, más allá de las leyes del cuadro, adivinando sueños y realidades a través de una economía formal. Finalmente, otras declino en el espectador el título, para que sea éste quien la complete. Para mí el color es la característica más sobresaliente de mi obra, mostrándolo en su pureza o mezcolanzas, según lo pida el lienzo. Me gusta el estudio del color hasta una meticulosidad extrema. Aunque a veces me lleven a resultados discordantes, procuro siempre equilibrar el riesgo con una rigurosa construcción compositiva. En la mayoría de los casos el color prima sobre la forma, que en muchas ocasiones me lleva a estructurarla mediante simples líneas o puntos.
Respecto a uno de sus bodegones, Puesto de hortalizas, él mismo lo describe:
Pienso que donde hay desorden cabe la fantasía, y donde hay fantasía, está la vida.
Esta construcción también es resultado de un recorrido por la medina de Fez. En esta ocasión un puesto de cebollas, que me trajo a la mente el poema de Miguel Hernández. En otro momento observé a un hombre comiendo cebolla cruda con un trozo de pan. El olor de la hortaliza llegó impactando mis narices. El color rojo y dorado de la foto inicial se convierten en tonos grises y azules como “sensación gustativa” que me produciría la sensación de traducir aquella comida tan simple, ayudada por la reducción formal de los elementos de la composición.
No es que el objeto en sí sea para mí lo más importante, sino la agrupación de elementos. Para describir el fondo usé unos planos recortados y superpuestos a tenor de no crear un vacío o un fondo plano. En cuanto al colorido, esta vez resulta más oscuro, -debido a una sensación personal-, aunque declinando en caer en críticas sociales.
O respecto al paisaje:
Un paisaje es un estado de ánimo, en el que la mancha, el gesto, el
color, la línea, el plano, son mi fuente de recursos para expresar vitalidad o negritud. Espejo de la realidad donde se puede respirar espacio, las formas se cierran y se abren en cualquier punto para dejar ver la intersección de caminos que articulan la composición.

Antonio Olveira, Doctor en Historia del Arte.

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